¿Hay alguien ahí? El interrogante humano resurge
Este 2021, como ocurriera en los años 70 y 80 del pasado siglo, las miradas se vuelven a dirigir al cielo. La proximidad de Marte a la Tierra hace que las misiones al planeta vecino se sucedan y con un doble objetivo: pisar el planeta rojo en un futuro y descubrir si hay vida más allá de nuestra atmósfera.
¿Estamos solos en el Universo? Una pregunta recurrente que, todavía, no tiene respuesta. Desde la década de los 90, los científicos descubren cada año nuevos exoplanetas ajenos a nuestro sistema solar. En 2020, un algoritmo de inteligencia artificial basado en técnicas de ‘machine learning’ permitió identificar 50 nuevos exoplanetas casi de una vez, analizando viejos conjuntos de datos recopilados por la NASA. Sin embargo, ni rastro de vida.
«Probablemente no estemos solos en el Universo», asegura a este periódico el astrofísico de Harvard, Avi Loeb. Quizá, como astrofísico, Loeb ha respondido cientos de veces a esa cuestión. Y dice que le «encanta» que se la planteen. «Las formas de vida que existen sobre la tierra, muy probablemente, se han podido reproducir en otros lugares. Aunque es poco probable que estemos hablando de civilizaciones vivas», dice convencido.
Se pone serio al hablar del papel de Hollywood y la industria del entretenimiento visual. «Si se encontraran estas formas de vida, tanto en términos biológicos como tecnológicos, no se parecerían en nada a eso que han hecho», señala convencido. «A los humanos –dice– nos gusta sentirnos especiales y únicos, esto alimenta nuestro ego», apostilla.
Una corriente nada habitual en el mundo científico. Lejos de pertenecer a las teorías conspirativas propias de programas de Youtube, Loeb es miembro del Consejo de Asesores de la Presidencia de EEUU en Ciencia y Tecnología, además de catedrático de Astrofísica de la Universidad de Harvard. Y su teoría ha levantado espinas dentro de la ciencia.
«¿Los que me tildan de loco? Pues creo que no han mirado las evidencias existentes», se defiende desde su despacho a través de una conversación en Zoom con este diario. Pero su línea de investigación es, a ojos de sus colegas de profesión, «peregrina».
Su hipótesis se centra en el avistamiento de un objeto artificial que atravesó el sistema solar en 2017. Un viaje fugaz a más de 95.000 kilómetros por hora que solo dejó dudas e incógnitas –algunos investigadores creen que podría ser la nube molecular gigante GMC, a 17.000 años luz de la Tierra, pero Loeb lo ve «imposible» por la distancia–, y cuyo eco llega a nuestros días. Un hecho sin precedentes que aún divide a la comunidad científica.
Tan solo están de acuerdo en el nombre: Oumuamua, que homenajea a Hawái (en cuya lengua significa «primer explorador de un lugar lejano») que da cobijo al Pan-STARRS1, el telescopio que «cazó» esta enorme roca. Hasta la fecha, los astrónomos han catalogado ocho planetas, 6.500 cometas y más de 525.000 asteroides, pero éste es único.
En octubre de 2018, Loeb presentó su hipótesis a la revista ‘The Astrophysical Journal Letters’. «La forma no es normal y era al menos diez veces más reflectante que las rocas de nuestro sistema solar», señala. Además, «salió disparado más rápido de lo normal y no dejó la estela de gases propia de los cometas». Tras publicarse su texto llovieron los titulares: «¡Un científico de Harvard cree en los extraterrestres!», recuerda. «Todos los que han tratado de explicarlo han terminado dando teorías basadas en determinados acontecimientos que nunca hemos visto. Yo me baso en evidencias», insiste tajante en que él tiene razón.
Sin embargo, su línea de investigación se tambaleó hace dos años con la aparición de Borisov, otra roca interestelar. «Su apariencia es la de un cometa, todas sus características apuntan a un origen natural», reconoce.
La teoría de Loeb es la única a contracorriente, ya que hasta hoy no hay evidencias de vida en otros planetas. El proyecto SETI@home se suspendió hace once meses de forma indefinida –se dejó de enviar nuevas tareas a sus colaboradores, pero no cierra oficialmente–, tras casi dos décadas buscando vida extraterrestre. Analizaba la información procedente del radiotelescopio de Arecibo, aunque desde 2016 también ayudaba a analizar los datos de un proyecto con fines parecidos, el ‘Breakthrough Listen’, financiado por el multimillonario ruso Yuri Milner con 100 millones de dólares hasta 2026.
SETI@home nació en 1999 de la mano de dos investigadores de la Universidad de California, que desde Berkeley lanzaron una idea singular: crear un esfuerzo de computación distribuido por todo el mundo para la búsqueda de vida extraterrestre inteligente. A través de este proyecto han permitido que millones de personas contribuyan con sus ordenadores a procesar cadenas de datos.
Pero desde su primer lanzamiento, SETI nunca ha encontrado señales de vida exterior, como tampoco las sondas de exploración Voyager I y II lanzadas en 1977. Lo más cerca fue en septiembre de 2016, cuando se captó una misteriosa señal del espacio. Era especialmente potente y parecía provenir de una estrella situada a 95 años luz. Pero la Academia de Ciencias de Rusia pronto acabó con sus esperanzas, al apuntar su «más que probable origen terrestre», explicaron.